Más abajo del CIELO
Nuestra familia, Barriga. Desde 1853 hasta 2008
ALFREDO BARRIGA IBÁÑEZ

CAPÍTULO UNO

EN BÚSQUEDA
DEL PUEBLO ANCESTRAL:
COMO UN ASCENSO HACIA EL CIELO


Habían forjado infinitas huellas en sus rostros de ancianidad, y a pesar de ser los últimos representantes del recuerdo, fueron muy pocos los descendientes que acudieron a sus memorias para identificar los sucesos ligados a sus propios pasados. Ella se llamaba María; y él, Gilberto, hermanos entre sí, rezagos de una historia en la que el afecto familiar giró bajo protecciones y responsabilidades y entre ausencias que, por eternas, estuvieron salpicadas de olvidos.

Ambos murieron en Convención, Norte de Santander. Primero él; luego ella, 1977 y 1986, en un periodo cuyas tristezas quedaron demarcadas sólo por sus añoranzas de mujer. "¡Ay Betico!", exclamaba de Gilberto, "¡Tu muerte es más sentida que la de Honorato, treinta y un años atrás, porque ha venido cuando ya estoy vieja y sola, y como única mujer, me ha tocado soportar las ausencias de todos ustedes, mis hermanos!", decía.

Era verdad; de tantos, ella fue la última en partir. Y qué lástima no haber escuchado la totalidad de sus historias, sonidos del ayer que con dulzuras hubieran descrito los paisajes de la tierra en que nació y las bondades de todos aquellos que hicieron parte de sus mismas cenas. Haber profundizado en sus abuelos, de pronto sus bisabuelos o tatarabuelos; y más para atrás, hasta cuando la memoria se estancara en las blancuras de la nada; eso habría sido más dulce, más creíble, pues en su condición de mujer única y seria, el pasado se hubiera tornado más confiable, especialmente el que brotaba en sus últimos tiempos, los de su ancianidad, período en que las cosas del ayer, comparadas con las del hoy, recordaba con un mejor esplendor. Pero no fue así; la desidia, infantilismo de las conductas juveniles, no dio lugar sino para el desarrollo de regocijos y particularidades, descuidando lo bueno del pretérito, porque tiene que existir, que acrecentando complacencias en las presentes también sirviera como modelo a las generaciones futuras.

Fue un desacierto no haber escudriñado los temas de su ayer que venían constantemente a su memoria. Sobre todo en las noches que, influenciada para el descanso, abría el permiso a sus meditaciones y cuando sin determinar la radio prendida, de pronto en un suspiro nos decía, sin escucharla, pues las canciones de la emisora acaparaban nuestras atenciones: "¡Honorato fue muy bueno!". Debimos haberle preguntado en ese momento todas las cualidades del ser que hacía parte de sus recuerdos. O haberle indagado la época e importancia de ese otro personaje de sus ensueños, cuando decía y sin que nadie se adentrara en sus pensamientos, "¡Si no fuera por Gabriel María, no tendríamos este café que me estoy tomando!". O, entre ese millar de cosas fabricadas en su mente, haberle conocido el nombre y los motivos de ese hermano suyo que una noche fuera sacado de la cocina y luego brutalmente asesinado en el parque del pueblo, en donde algunos de sus consanguíneos estaban presentes. O el de ese otro, muchas veces por ella nombrado y comentado también por el historiador Sánchez Rizo, que fabricó un globo y al elevarse dentro de él, en su caída casi pierde la vida. Qué lástima no haberle preguntado tantas cosas. Ella, que era el último eslabón de una cadena sanguínea, nos hubiera conducido por espacios, tiempos y nombres ligados a los personajes de su ayer y a los que vivieron más atrás, en una tradición cuyo afecto pudo generarse no sólo por la similitud genética sino también por sus triunfos y realizaciones. No pocas veces le oímos, no sólo a ella, igualmente a su hermano "Betico", hablar de varios generales que acompañaron a Bolívar en algunas campañas de libertad. Llevaban el apellido Barriga. El mismo de Honorato, de Gilberto, del suyo y demás hermanos; pero tampoco nos adentramos en su conocimiento. Los hijos de ese ramaje de añoranzas tuvimos aptitudes para indisciplinas del momento y no para visiones del pasado. Fue una lástima.

Hoy ya han pasado los años. Muchos, muchos familiares han muerto. La palabra "Tío", comúnmente es pronunciada por niños que llevan ese apellido en el ahora. Los tíos del ayer ya penetraron en la dimensión donde se hallan los padres y abuelos que emigraron en los siglos XIX y XX. Quienes estamos al borde de la "gran partida", cruzamos el umbral de los sesenta y recibimos cotidianamente la expresión "Papá", o la de "Viejo", pronunciadas por nuestros descendientes. Y es el momento en que, preocupados por el conocimiento del pasado, nos atrevemos a preguntar el por qué Honorato Barriga "era tan bueno", el por qué María Gracia Barriga lloraba cada vez que mencionaba el asesinato de su hermano, el por qué Gabriel María Barriga representa la causa de estar "tomando café", el quiénes fueron nuestros tíos, nuestros primos, cuáles sus obras, sus trascendencias en los lugares que frecuentaron al partir, porque los lugares permanecen en el tiempo de acuerdo con las acciones de quienes allí se criaron o nacieron. Lástima que hasta hoy nos interesen las vivencias de antaño y hayamos perdido la profundidad de esas fuentes directas que mucho nos debieron informar. El trabajo, por consiguiente, se hace más dispendioso ante las informaciones escritas; aunque más objetivo que las verbales de ahora, la de los familiares de mayor edad, sometidas a los yerros de la memoria por comunicaciones desvanecidas con el paso de los años y que para juzgarlas como originales tendrán que ser el resultado de comparaciones que, con una misma temática, sean pronunciadas por personas del ayer.

Una vez, en Convención, después de setenta años de haber salido de su tierra natal, a María Gracia Barriga Pérez, a quien denominábamos "Tía Ía", le dio por decir, como siempre, en la costumbre de ser oída pero no atendida por los jóvenes:

"¡Aspasica es muy linda!". Y un niño, Armando Martínez, también Barriga, en esa edad de las preguntas fue el único en prestar la debida atención:

-"Abuelita, ¿En dónde queda Aspasica?. Ella, entonces, le respondió:

-"¡Es un lugar muy cerca del cielo!". La tía María se equivocó en algo; no era muy cerca, era mucho, pero mucho más abajo, pues Aspasica está ubicada, casi, en la cima de una gran montaña. Eso lo pudimos comprobar con el correr de los años, cuando ya resolvimos, junto al apellido Barriga, investigar y visitar los lugares en donde según la tradición, nacieron y vivieron nuestros primeros abuelos. Cuando comentó que quedaba "¡...muy cerca del cielo!", más bien quiso expresar una poesía. Y era verdad; pues el pueblito es muy lindo.

ENTRE EL CIELO Y ASPASICA, NEBLINAS; Y MÁS ABAJO, POLVAREDAS

Hasta donde alcanza la memoria de los descendientes actuales, el apellido Barriga llega únicamente a Ángel Ricardo, el abuelo inicial; más atrás no se conoce ningún otro nombre. Y la referencia suya la hicieron sus hijos, todos nacidos en el último cuarto del siglo XIX y muertos en el XX, de tal manera que siempre hubo tristezas en cada década transcurrida y en las familias desprendidas de ese inolvidable viejo, cuyos valores, luego de investigados y dados a conocer en el presente ensayo, representan una satisfacción muy digna de imitar. Sus hijos, cada uno con sus comportamientos, sus importancias, felicidades o desdichas, también cumplieron con las responsabilidades propias de la vida y de la formación de sus hogares. De ellos, especialmente de los dos últimos; María Gracia y Gilberto, se lograron obtener directamente algunas informaciones, aquellas que sin profundizar escuchábamos cuando eran ancianos, y nosotros, jóvenes de los años sesenta, quienes por estar viendo películas mexicanas, jugando billar, bailando merecumbé, admirando la revolución cubana y sintiendo la muerte del "Che", afligiéndonos con la guerra de Vietnam, contemplando el amor libre de los "hippies" y la llegada de los tres hombres que Kennedy mandó a la luna, por todo ello no tuvimos tiempo de escudriñar los recuerdos de esos dos inolvidables viejos, declarados en los momentos de soledades y meditaciones. En ambos, la palabra "Aspasica" tenía la dulzura de un sonido pronunciado con gratitud por la tierra que les dio la vida. Ir a esa región representaba un deseo emitido no sólo por la curiosidad sino también por el corazón. Y fuimos.

El viaje se planeó en Ocaña, Norte de Santander. Había un gran entusiasmo. También un miedo horrible; pues la situación social de Colombia nunca se prestó para sonrisas en esa zona rural de la provincia. Las estadísticas y los hechos la testimonian. Eso de saber que los muertos ya no se bajan al pueblo en guandos, como los de antes, sino en helicóptero o camión con olores de pólvora y sangre de masacres; eso infunde, no sólo temor, del mismo modo: desesperanza. Y más se acrecentó cuando, al preguntar sobre la posibilidad del viaje, un taxista nos contestó con palabras intestinales: "¡Si a ustedes no les da temor ir, a mi sí me da cagalera!". Expresión terrígena muy diferente a la ofrecida por otro: "¡Yo no pernocto por esos carreteables de la ignorancia!". Entendimos, en ese lenguaje de cigarros y ensueños, que lo de ignorancia significaba olvido, como acontecía en muchas regiones de la patria. Esa tarde no pudimos contratar el transporte. En la noche, sí.

-"¡Que fue que me dijeron que aquí vivían unos señores que querían viajar a Aspasica!", nos comentó un taxista, mientras estábamos sentados en respectivos asientos al frente de la casa. Era joven y con optimismo manifiesto en la alegría de sus ojos. Al informarle sobre nuestra intención, nos aclaró:

-"¡Yo los llevo con gusto, pero vale doscientos. Y eso porque supe que la carretera está inundada de soldados!", cuestión que nos convenció en ese instante pero que a la postre resultó contraria. En el trayecto no había: "¡NI UNO!".

El viaje se estipuló para las siete de la mañana del día siguiente, lo cual se cumplió en forma responsable, pues faltando diez apareció el conductor, esta vez, no sólo con el júbilo en su rostro, también con una llenura de desayuno alfabético y carne de loro, ya que venía más hablador que la tarde anterior, cuando nos indicó el precio:

-"¡Olvidé decirles que el almuerzo corre por cuenta de ustedes!". Sonreímos y le aclaramos:

-"¡Lo del almuerzo está bien. No obstante, le confesamos que averiguamos con otro taxista el valor del viaje y nos contestó que entre cincuenta y sesenta mil, y sin almuerzo!". Con la respuesta, nos convenció su cuantía pero también nos acrecentó el temor:

-"¡Entonces, que él vaya y exponga la vida!".

Para ir de Ocaña a Aspasica hay que tomar la vía que conduce a Cúcuta, zona sur oriental, pavimentada en su mayor trayecto en los últimos meses, y eso, en primer lugar, por la influencia indirecta del presidente venezolano, Hugo R. Chávez, al no facilitar el paso de los camiones colombianos por sus territorios, lo que obligó al mandatario colombiano a pensar en las partidas para el arreglo de la troncal nortesantandereana que llevaría a nuestra costa norte; y en segundo lugar, a la gestión desarrollada por un Senador de la República, ligado familiarmente al apellido, de nombre Carlos Emiro Barriga Peñaranda, quien estuvo al frente para que dichas partidas fueran una realidad.

Aproximadamente en la mitad del trayecto que une a Ocaña con Ábrego, se abre a la izquierda una carretera sin asfaltar y es la que precisamente conduce a Aspasica bajo la condición de pasar primero por una hermosa población, cantada en sensibles melodías y expresada en interesante lírica de autores nacionales, La Playa de Belén, declarada en el año 2005 por el Ministerio de Cultura como "Patrimonio Histórico y Cultural de la Patria". El taxista posee una personalidad de estudiante geográfico, etílico y de obituarios sorprendente, pues se conoce y nos informa sobre los recovecos, las cruces e historia de muertos que hay a la orilla de la calzada; de igual manera los lugares donde venden el "Amable Bolegancho", como así le dice él y también los habitantes de la Provincia de Ocaña al aguardiente campesino. Y...

-"¡Con el perdón de ustedes!", nos habla el conductor mientras detiene el automóvil al frente de un sembrado de pimpinas, "¡Los que viven aquí son gente buena. No se vayan a bajar, pues voy a echarle una totumá de gasolina al pichirilo!", continúa hablándonos al tiempo de cometer el error de dejarnos dentro del automóvil, por la posibilidad de un incendio, según las normas. Y sigue diciéndonos, después de haber introducido el combustible, "¡Préstenme treinta, y me los descuentan del viaje!". Si hubiéramos estado en la región de Cúcuta, le habríamos dado menos de la mitad, colaborando así con la desnutrición económica del estado pero con el alimento de una familia pobre del camino. Y seguimos.

Es una lástima que para la época en que se reconoció a La Playa de Belén su importancia, no se haya alcanzado a terminar la corrección y pavimentación de su carretera. Relativamente es muy poco lo que falta, pero ese poco está terrible. El carro, con el pito, tiene que estar anunciando su presencia, sobre todo en las curvas; porque con la carraca y la polvareda de las rectas bastan para acompañar sus ronquidos en la vía. A pesar de todo, el paisaje que antecede a la población es atractivo, ornado con arborizaciones y cultivos levantados mediante el esfuerzo, técnica y estética de los labradores. Hay un puente alto y amplio como para que transcurra su río por debajo, el Algodonal; al que más tarde se señalará, lejos de Ocaña e inmerso en las selvas, con la denominación con que internacionalmente se le conoce: Catatumbo. Lleva en sus lomos, no sólo los afluentes fríos que bajan de las sierras abreguenses, también el agua sobrante de los sembradíos de cebolla y el sudor de los campesinos, amargado muchas veces por economías contagiosas de miseria. El trayecto se hace entre una polvareda que termina y un pavimento que como "Bienvenida" abre sus brazos para mostrarnos en la distancia las primeras casas y las torres de una iglesia que por elevadas, parecen expresar que son las construcciones más altas que existen en el pueblo. Proponiéndoselo, el extrovertido del volante empieza a cantar la letra de una melodía vallecaucana que, de haber nacido en esta tierra patrimonial, nos hubiera tornado sentimentales. "Ya vamos llegando/ Me voy acercando/ No puedo evitar que mis ojos se me agüen...". Esto es sugestivo, inspiración que emociona a quien la escucha, lo que unido a su música, sirve para enmielar las fibras del alma. Y no como la canción que alcanza a escucharse en la radio de la primera casa del lugar, vallenata, porque le acomodaron acordeón y porque pronuncia asmáticamente un "¡Ay hombe!" preliminar de una letra inmensamente llorona, con capacidad de ocasionar sufrimientos a las muchachas que trabajan desconsideradamente en las cocinas. El pueblo es hermoso y acogedores sus habitantes. Después hablaremos de él y de ellos, cuando ya nos ilustremos sobre el trabajo que desarrollaron allí algunos Barriga.

La carretera que de La Playa de Belén conduce a Aspasica, es la misma que se inicia en el costado Noroccidental del pueblo, por la parte izquierda de la iglesia y cuya calle es comúnmente denominada la "Calle de Atrás". Empieza desde el lugar en que termina el pavimento; más corto que la respuesta del conductor al preguntársele sobre la novia que él había abandonado y que acababa de recordar en el lugar que estábamos dejando: "¡Porque ya se la habían comido!", nos dijo. Ahora sí, con carretera destapada y miedosa por los muertos que en esa vía ha colocado la violencia, nos atrevimos a subir, sucediera lo que sucediera, al lugar que, según la tía María, queda cerca del cielo: Aspasica. De La Playa de Belén a ese cielo no hay sino treinta minutos. Tiempo y espacio que recorrió un Barriga Ibáñez algunos años atrás, Sixto, al tener que cumplir con una cita impuesta por personas inmersas en el conflicto colombiano y sobre funciones que como alcalde de Convención había desarrollado. En esa ocasión, él iba por cuestiones administrativas de su gobierno, las cuales, al ser detallada y verdaderamente expuestas, le dieron la oportunidad de salir sobreseído; ahora nosotros íbamos por influencias del alma y con las cuales pensábamos regresar vivos, cansados, pero muy emocionados.

La carretera mala empieza desde la despedida del pavimento, dejado atrás como estética de un empedrado cuya belleza modela las calles que hacen juego con la atención de las gentes. El piso de la vía es, hasta ahora, compacto, amarillo blancuzco en una nivelación que permite el avance acelerado del carro en medio de los recuerdos de una novia abandonada por razones de adulterio.

-"¿Y no te volviste e encontrar con ella?", le pregunta Aliro, mi hermano.
-"¡Claro!", le responde. "¡Si todas las noches me veo con ella!".
-"¿Cómo así, no era que se la habían comido?", vuelve a indagarle, en esta ocasión en sorprendente forma.
-"¡Mire Señor!, le confiesa, "¡La otra mitad de la cama mía le corresponde a ella, ¿Entiende?!".
-"¡Cómo no voy a entender!", le contesta.
-"¡Ah, bueno!", le aclara el taxista, "¡Ella actualmente y toda la vida ha sido la mujer mía!"
-"Entonces, ¿Cómo es eso de que ya se la habían comido, eso significa que la perdonaste?", vuelve Aliro a inquirirle.
-"¿Y por qué la iba a perdonar, si el que se la estaba comiendo era yo?", le confiesa al lado de la risa. "¡El papá cuando lo supo, me buscó por todas partes, pensando que yo la había abandonado y al encontrarme, me llevó a la iglesia. Y yo no sé por qué en la iglesia permiten gente armada; desde entonces estamos unidos para siempre. Aunque le cuento, señor... ¿Cómo es que se llama usted?", le preguntó.
-"¡Aliro!", le aclara.
-"¡Aunque le cuento, señor Aliro, que si hay gente que le gustan los gallos, o el estudio, o el fútbol o la política, allá ellos; pero para mí, el hobby más lindo es el de la infidelidad, porque como dijera el poeta, ¿Cómo es que se llama?, ¡Ah, ya sé, "Alfredo Gutiérrez"!: "Un hogar sin moza es como un jardín sin flores!", termina explicando y riendo, mientras detiene el carro en un recodo que al presentar un profundo hueco también sirve de entrada a un camino amplio, visitado por un puerco, pollitos y gallinas hacia la izquierda, y al final, una casita modesta, en donde, sentada en el corredor se aprecia una ancianita que come de las manos de una mujer deliciosamente joven, en tanto el perro, asimismo al lado, espera su ración de sobras. A la derecha del camino que va a la casa, se observa un árbol inundado de cocotas, especie de ciruela que cuando tierna, es verde; y cuando está madura, admite su color rojo tanto en el árbol como en el canasto donde espera su consumo. Al ver a la viejita, hay algo en el alma que se estremece y me impulsa a ir para abrazarla, no sé por qué. Cosas de la piedad por los abuelos, de pronto. Y seguimos, después de haber omitido el impulso.

La carraca que antecedió a La Playa de Belén no es nada, comparada con la que en estos lugares encontramos. No son arrugas esculpidas por reiterados aguaceros; las de acá son jorobas prendidas a la tierra, alternando en hondonadas donde el polvo duerme bajo las inclemencias del verano en espera de un resoplo que lo levante hacia las nubes. De haber estado en época de invierno, los espacios interjorobales serían riachuelos que conducirían a un lago, en este caso, un inmenso hueco que obliga al automóvil a cumplir con un avance de precauciones. Pero no, ahora estamos en verano y el polvo es el odio del camino, personaje siniestro que al ingresar por la nariz nos tiene preparado para venideros tiempos, si no nos cuidamos, los peligros de la neumonía. Tan terrible es la polvareda que al verla atrás, aparecen las contorsiones de las montañas para no dejarse contagiar de una futura tos, espectáculo de la naturaleza desde donde arrancan inspiraciones de la poesía, o amores que, en sus breñas, quedan esculpidos en una cintura que implora a la vida el nacimiento de un niño, nueve meses después, bajo la complicidad de esos alfandoques de la erosión, llamados: "Estoraques".

-"¡A mí me engendraron en "Los Estoraques!", dice el taxista. "¡Pero no adentro de las montañas. Fue afuera, dentro de la casita de palma que siempre aparece en las pinturas. Claro está que si allí me hicieron, me tuvieron en Aspasica. Yo soy de allí!", complementa. Esta situación nos abre la curiosidad, pero es mi hermano el que se adelanta.
-"¡Hay dos cositas que quiero preguntarle!", le dice Aliro, "¡Una, que siendo de Aspasica, por qué le cobra a mi hermano los doscientos por un viaje tan corto!". A esto, el conductor ágilmente le responde:
-"¡No sólo por las dificultades de la vía, también porque el que allí va, no regresa nunca. ¡Uf! ¡Qué mujeres!. Y ¿Cuál es la otra cosita que me iba a preguntar?, le dice mientras voltea la cara para mirarlo atrás, en la parte derecha del asiento trasero.
-"¿Cómo sabe que fue en la casita donde lo engendraron?", le inquiere.
-"¡Ah! ¡Sencillamente porque mis padres vivieron allí antes de residenciarse en Aspasica; y ya mi madre iba encinta!", le aclara.
-"¿Y por qué no pudo haber sido adentro, en los vericuetos de los Estoraques?".
-"¡Eso dejémoslo a los Ocañeros y a los turistas que se pierden a propósito para después gritar que los saquen por estar perdidos. Vea, todos esos muchachitos que son quemados, entre ellos el primo mío, Octavio; esos son de allí, por tal razón no se les quita nunca el carate!", confiesa. Y hubiéramos seguido la conversación, planteada morbosamente por el conductor, de no haber sido por una explicación que como guía turístico y sobre un paisaje lejano nos hacía:
-"¡En aquella casita que se ve en medio de los árboles; allí mataron hace varios meses a todos sus habitantes. Eran seis: Dos papás, dos mamás y los dos únicos hijos. Parece que fue por robarles un baulito lleno de plata. Y como siempre sucede, muchos saben pero nadie dice. Por favor suban los vidrios porque la polvareda que vamos a encontrar nos va a bañar hasta las lombrices!", nos recomienda.

Ya hemos transitado aproximadamente quince minutos de la media hora indicada para llegar a Aspasica. Efectivamente, la arenisca es aterradora. Penetra, a pesar de estar arriba los cuatro vidrios, por orificios insospechables de un carro amarillo, japonés, taxi legal, con placas ocañeras y con la fuerza de un motor que, según lo expresa el chofer orgullosamente, está recién reparado. El sudor empieza a brotar. Y lo hace a cántaros por ser mes de agosto. El del acostumbrado verano. El que forma las carracas y los huecos bajo la culpabilidad del tránsito automotor y de las desidias gubernamentales. ¡Claro!. ¡Son pueblos y vías abandonados!". La arenisca se queda afuera, facilitando la formación de surcos ante el paso de las llantas. Es tanta la elevación de la polvareda que atrás no se ve nada. Todo es amarillo, incluido lo del interior del carro. También lo de afuera. Y cuando Aliro, por cuestiones de precaución le ruega al conductor prender las luces, lo del sol delantero se vuelve más rubio. En ese momento el guía cambia de tema para decir:

-"¡Si el camino fuera de color blanco, me hubiera enfermado de imbombera; pues en el desayuno la mujer me puso arroz, bollo, yuca y queso, mejor dicho, todo blanco. Pa´mejor completar, no había café y me tocó tomar leche!", termina y se calla, tal vez para proseguir con la venida de otro tema que, con seguridad, contendrá ideas blancas de morbosidad. Es el instante en que, Aliro, al bajar el vidrio de la izquierda para botar el chicle, en una curva aparece un camión cuyo chofer al decirnos adiós con su pito, también nos arrojó el polvo levantado por el tubo de escape y las cuatro llantas. Quedamos, en ese instante, sumergidos en un pote de talco, tan asfixiante que el conductor, en su temor le dio por preguntar:
-"¿Usted va allí?". Cuestión a la que mi hermano asintió, a la vez, con dos preguntas:
-"¿Quién?, ¿Yo?. ¡Entonces!". Y sigue la marcha.

Salvo la carretera y la escasa vivienda ubicada lejos, en la serranía, todo sigue igual. Parece que el tiempo permitió modificar el relieve y el semblante de las montañas de acuerdo con las intenciones del hombre en épocas de paz para el progreso, o en las de guerra para el estancamiento o la destrucción. No hace sino veinte años, desde 1985, las inmensas llanuras que se extendían a partir de Aguachica hasta Codazzi, Cesar, fueron prodigiosamente blancas por la cantidad de algodón sembrado en sus haciendas. Hoy ha desaparecido ese color; el verde de las malezas admitió en sus entrañas el remedo de una violencia que de tanta sangre, en algunos arbustos ha quedado plasmada la soledad de la barbarie. Y todavía no hay paz; por consiguiente, el progreso se fue hacia otros bolsillos y otras fronteras. Eso mismo sucedió por estos campos que de La Playa de Belén a Aspasica se caracterizaron por ofrecer a la economía del país su variedad de productos. El café, el plátano, el maíz, el cacao y toda clase de frutales que formaban la tranquilidad y el adelanto de los campesinos, ya no se ven por ningún lado. A lo lejos, muy de vez en cuando se vislumbra alguna finca, pelada por cierto, en la que sólo se distingue un pasto para alimentar animales invisibles, porque hasta eso, la carne es un producto que cuando se lleva a la boca, significa los escasos viajes que la gente hace a los lados de Ocaña para traerla en sus requerimientos salados.

No es de extrañar, pues, que la situación social esté representada en el escenario que nos ofrece, en medio de la polvareda, la naturaleza. Ascendemos lentamente porque así lo exige la incomodidad de la vía. El destino es el "lugar cerca del cielo", según lo expresaba la tía María sobre Aspasica, donde ella, mi padre Gilberto y todos los demás hermanos nacieron. Nos hemos encontrado solamente con un camión. Su paso hizo que las cejas y las pestañas, la comisura de los labios, las hendiduras de la nariz y de las orejas, las camisas, los pantalones y bolsillos quedaran amarillos, contrariando con el camino del sudor que baja desde las patillas, por donde se logra observar el verdadero color de nuestra piel. Y todo por un chicle. El Chofer sigue hablando. Hay ocasiones en las que, como a los viejos Barriga, nadie le pone atención. La soledad es estresante, parece que fuera la misma que encontrara don Manuel Ancízar y que describe en su libro, "Peregrinaciones de Alpha", sobre la geografía de la Provincia de Ocaña. Dentro de ella se inserta la de Aspasica; escrita en la mitad del siglo XIX, antes y después de las tantas guerras que han azotado al país. Conozcámosla:

"Dios en el cielo, la soledad por todas partes, los hombres lejos, lejos también sus pasiones y la imagen del mundo primitivo delante y majestuosa. Tales situaciones no se describen: se sienten, se admira la grandeza de la escena, pero espanta. El hombre nació para la sociedad, y así lo demuestra el gozo que experimenta cuando sale de estos bosques y encuentra el primer rancho habitado por semejantes suyos; llega cerca de ellos con el corazón abierto y el semblante benévolo; no son extraños para él: son sus hermanos"

Parece que lo expresado en los últimos renglones se cumpliera en estos momentos. El conductor detiene su automóvil y se baja para, en medio de la arenisca, abrirse paso hacia donde está esperándolo una mujer, a la orilla del camino y sentada en una piedra. En todas las hojas de los árboles y, abajo, en las malezas y los pastos, el color del polvo oculta el auténtico verdor de las plantas. Las dos personas se saludan familiarmente porque hay sonrisas en sus caras. ¿Cómo hicieron para organizar su encuentro?. No lo sé. Presiento que el chofer o algún pasajero recogió el recado durante la noche de ayer o en la madrugada de hoy. Sólo así pudo haberse logrado la comunicación, pues por estos montes, hasta el presente, no existen señales para teléfonos celulares. ¿Quién es ella?. Tampoco lo sé. A juzgar por el beso de la despedida, o es la del matrimonio, o la que cumple con las linduras de su "hobby", el de "Alfredo Gutiérrez", situación social que no sólo es observable en suficientes personas de la provincia de Ocaña. Ella, después del abrazo, se pierde por sus caminos, con su pelo recogido en la zona de la nuca y con sus botas de factura foránea. Y él, entonces, al regresar al taxi nos dice:

-"¡Ta´ buena, ¿No?. No vayan a pensar que es mi mujer!", y continúa con una pregunta, "Y a propósito, ¿Qué van a hacer ustedes en Aspasica?". Observo a mi hermano con malicia, pues se trata de una respuesta que debe contener una debida prudencia, ya que la actitud reciente del conductor con la mujer nos infunde sospechas. Una respuesta absurda ante personas inmersas en el conflicto colombiano, nos puede traer problemas; y es cuando, en un mismo pensamiento, simplemente le comenta la verdad, y ella no reviste ningún peligro.

-"¡Mire!", le dice Aliro, "¡Nosotros somos de apellido Barriga, y vamos a Aspasica con el fin de averiguar en libros de "Bautismo", de "Matrimonio" y de "Defunciones" que conserva la Iglesia, todo lo relacionado con nuestros padres, tíos y abuelos, pues ellos, según nos cuentan, nacieron allí. La cámara que llevamos es para sacar fotografías a las calles, casas, iglesia y personas ancianas; esto es con el fin de elaborar un libro sobre nuestros ancestros!", termina informándole. Y es el instante en que el conductor, con una exclamación de alegría, nos aclara:

-"¡Entonces, esa viejita que vimos a la salida de La Playa es familiar de ustedes, pues es de apellido Barriga. Por cierto, a ella la consideran como la persona más anciana que hay en estos contornos!", nos informa así mismo con cierta sonrisa de satisfacción. Tal vez presentimiento, o quizás afecto sobrenatural, pero el deseo de abrazar que sentí al observarla en su casita mientras veníamos, posiblemente indicaba nuestra proximidad sanguínea. Aún no hay certeza.

-"¿Sabe quien es el papá de la viejita que usted nos recuerda?, le pregunté.
-"¡Ay hombre!. Si ella tiene como cien años y yo veinte, ¿Cómo pretende que yo sepa?", me responde, y agrega, "¡En La playa todo el mundo la aprecia y la visita en actos cívicos. Lo que sí le puedo decir es que vive con un hijo y su nuera. Se llama Hugo Velásquez Barriga, hermano de Alejo y de Dálida, a quienes conozco porque viven cerca de mi casa, al lado del Cementerio Central de Ocaña!", termina enseñándonos.

-"¡Al saber tantos nombres, ¿Se supone que usted debe conocer el de la abuelita?!, le pregunta Aliro.
-"¡Claro!", nos responde, y con esa palabra me da alegría, "¡Se llama María de Jesús!", palabras que también me llenan de entusiasmo; pues, con el nombre de María son múltiples los familiares que conozco, incluida la tía que exclamaba de Honorato, su hermano, los más amables sentimientos.
-"¿Será que, al regresar de Aspasica, puede usted acercarnos a la casita donde vive la viejita?", le propusimos.
-"¡Por supuesto!, exclama. "¡Eso, y la mordedura del perro también están incluidos en los doscientos mil. Antes aprovecho y me llevo unas cocotas!". Sonríe y recuerdo el estado de madurez de las frutas cuando, al pasar, las divisé. Desde el mes de agosto empiezan a cambiar de color y a venderse en algunas ciudades. Hacen parte de una fuente de trabajo para personas lejanas, pues las cercanas, sólo se esfuerzan en bajarlas del árbol por su abundancia y por su condición de silvestres en los solares, en los rumbones, en las granjas y fincas de la provincia de Ocaña, lugar de Colombia en donde existe un orgullo por la exclusividad de su producción.

El carro sigue en su ascenso, y por causa del movimiento de las llantas, la terquedad del polvo inunda las cercanías. Ya la geografía arrastró los montes hacia lo lejos, y en ellos, como por milagro, una que otra casita en donde se adivina la existencia de vida, especialmente humana porque también, aunque muy escasos, se dibujan algunos sembradíos. El maíz y el guineo continúan con su reinado como alimentos principales del campesino. Sobre el primero, es natural que su cultivo sea abundante debido al consumo cotidiano que el hombre de la provincia hace de su insípida arepa. Sólo cuando es ingerida con queso o con carne logra demostrar la riqueza de su sabor, especialmente cuando queda como una galletita, tostada y con su queso derretido. En este caso alcanza la dimensión de una obra de arte, pues el empeño porque su cara quede atractiva y quemada en su punto, sale del corazón. En toda la región ocañera, incluidos en ella, la Loma de González, Villacaro y Aguachica, los desayunos y las comidas hacen parte de una constancia en donde la arepa con café negro no se pueden olvidar. Sobre el segundo, no sé por qué razón en la provincia, al guineo le dan un nombre diferente al de otras partes. Que lo llamen banano, maduro, manzano, bocadito, hartón, plátano, dominico, colí, chocheco, camburo, está bien por su variedad y por su consideración universal, pero que lo denominen asimismo, "Quiniento", es algo que no sé descifrar. En todo caso, también es frecuente que este segundo alimento acompañe al pescado, generalmente al bocachico, que en su condición de salado, desde El Banco, Magdalena, es traído por bultos y cocinado o asado en los momentos del hambre, permitiendo que las proteínas animales sean provenientes de las aguas y escasamente de los pastizales por su exagerado valor.

Presiento que nos estamos acercando a Aspasica, pues la media hora se está agotando a medida que se hacen menos las protuberancias y los agujeros de la carretera. La arenisca todavía conserva las huellas del camión que, en estos precisos momentos ya debe estar sacudiéndose el polvo y llegando a La Playa de Belén. Las plantaciones son más frecuentes y hacen parte de viviendas observadas con mayor frecuencia. En la distancia, un poco más debajo de la cima de la montaña, se alcanza a divisar un tendido de eternit en medio de varias techumbres de teja antigua. Son casas; y por la lejanía, se notan de un solo piso. Parece que, en su coquetería, son las únicas que permiten dejarse ver. Las demás, creo, quedan ocultas en una curva debajo de una insignificante loma. La alegría empieza a penetrar el alma, pues, según lo expresaban la tía María y Papá Gilberto, se trata del lugar en donde ellos y los demás hermanos nacieron. Y ellos fueron adorables, tiernos, responsables. Si estuvieran vivos, qué hermoso fuera volver a protegerlos, a abrazarlos, a besar sus frentes, sus mejillas, a sentir su calor. Por lo pronto, besaremos su cuna, la tierra de sus bautismos.

-"¡Ya estamos en el lugar de sus abuelos!", nos dice el conductor.
-"¡Tenga la bondad de parar el carro!", le expreso, "¡Es para sacar una fotografía desde este ángulo!". La tomo; va a quedar preciosa. Y es el instante en que recuerdo a José A. Morales en una parte de su canción, cuestión que en mi padre, por situaciones de la "Guerra de los Mil Días", nunca llegó a cumplir:

"...Pueblito de mis cuitas,
de casas pequeñitas,
por tus calles tranquilas
corrió mi juventud...".

Y llegamos. Y lo más pronto, no sólo para admirar las cosas, también para sacudir el polvo que cayó en la piel y en la ropa de nuestras entusiasmadas paciencias.

CAPÍTULO DOS

ASPASICA: FOTOGRAFÍAS, DECEPCIONES Y ALEGRÍAS


Es un pueblo pequeño; o mejor, muy pequeño. Por consiguiente, reviste espiritualmente la denominación de adorable. No sólo por sus casas antiguas, ni por su iglesia, en cuyo interior las imágenes vislumbran retoques dorados que contrastan con la vejez de las paredes, ni por lo bello y diminuto del parque, ni por la constitución y limpieza de sus calles, repartidas en un pavimento que juega con un sembrado de piedras y con la amplitud de los andenes. Es hermoso también por los materos y flores que cuelgan en las tapias blancas de la mayoría de sus viviendas, uniformidad de una estética que armoniza con el color café del zócalo, el mismo de las puertas y los alares y el mismo de todas las casas de La Playa de Belén, porque ASPASICA parece que fuera su barrio lejano, separado por montañas y valles... y un polvo que se enrosca en época de invierno para convertirse en un inmenso lodazal, sobre el cual únicamente pueden pasar carros con cadenas de acero, abrazadas en sus ruedas. Arriba, en el cielo, lugar en donde están la tía María, sus padres y sus hermanos, también Aspasica se ve muy linda, porque abajo y desde el avión que va de Cúcuta a Ocaña, se alcanza a observar como un pesebre; ubicado, no en plena cima de la montaña, pero sí enseguida, en una especie de ladera limitada por abismos.

La emoción es grande, muy diferente a la que se siente al llegar a Bogotá o a París. Ella sale del entendimiento con el fin de "conocer"; y sale del alma con el propósito de "ser feliz". "Conocer", porque se trata de una historia relacionada con nuestros ancestros. "Ser feliz", porque en el recuerdo, a los viejos los volvemos a ver, a palpar, a sentir en todas sus manifestaciones, a pesar de estar muertos; y en este acto de magia sólo la felicidad lleva como oración la debida expresión de gratitud. La visión se ubica en todas las cosas y emergen, por consiguiente, las siluetas más agradables de la mente: las fantasías. Es entonces cuando en medio de éstas, vemos la iglesia; y sentados en las primeras bancas aparecen ellos, los abuelos, Ángel Ricardo y Liboria, primero; y Ángel Ricardo y Telésfora, después, porque fueron dos matrimonios, los vemos ante un cáliz y unas ceremonias en las que los pensamientos cristianos los acercan más al cielo. Vemos también el baptisterio, y en el agua, que no es la misma, las ondas remedan el llanto de un niño llamado Honorato, de otro a quien el sacerdote bautizó con el nombre de Gilberto, de una niña que llora, llamada María Gracia; personalidades del cariño por quienes, con el paso de los años, debemos la existencia nuestra. Ya murieron; y hace muchos años. Pero todavía se ven en las calles de la imaginación, las mismas de Aspasica, por donde los trompos, los aros y las cometas se deslizaron mediante juegos que hacían felices a Ricaurte, a Verardo, a Eugenio, a Sixto, a José del Carmen y a Campo Elías, cuando eran niños, nombres que correspondían a los hermanos de ambos matrimonios, mil veces pronunciados en añoranzas y que nosotros, sus hijos y sobrinos, no profundizamos porque en esa época de indiferencias, disfrutábamos de lo que ahora ya es inolvidable: la juventud.

Terminado el suplicio de la carretera, se llega al pueblito bajo el encanto de una calle larga, amplia y atractiva. El suelo está recién transformado con cemento y piedra. Remeda al de La Playa de Belén, también diseñado para presentarse con altivez ante los delegados del Ministerio de Cultura el día en que sea considerada como "Patrimonio Nacional". El pavimento está hecho como para que discurran las llantas en una suavidad de silencios y así tranquilizar la impaciencia del conductor, quien en su automotor debió recibir las embestidas de una carretera cruel. Las piedras que lo rodean hacen parte de una estética que mira las características del pasado, cuando hacían sonar los cascos de las mulas o las ruedas ante el paso de los primeros coches. Contrasta la amplitud del sardinel y la de la calle principal con la dimensión pequeña del caserío. Por ellos se puede ascender a pie o en carro hasta el único parque, distante más o menos a trescientos metros de la entrada. Todas las vías terminan en él. A partir de su costado norte se abren tres brazos, y corresponden a calles que máximo llegan a una cuadra, apenas, constituyendo la del oriente el lugar en que está ubicado un colegio de bachillerato completo y el paraje de una panorámica desde donde se divisa un inmenso cañón, profundo y agradable a la vista, en cuya montaña del fondo, dicen los habitantes, se alcanza a observar en época sin nubes, el "Alto del Pozo", que parte en dos la geografía extendida desde Ocaña hasta Cúcuta, la capital nortesantandereana. La punta sureste del parque recibe la avenida cuyo inicio se prende a la carretera de La Playa, quedando el suroeste para la boca de una carrera que limita con la iglesia y llega a sólo una cuadra pequeña y angosta, de la cual se puede virar a la izquierda y determinar una hilera de casas que va hacia el sur, en aproximadamente doscientos metros torcidos. Aspasica es un paisaje en miniatura. Ninguna calle conoce la distancia de medio Kilómetro. Tan pequeña; y sin embargo, al principio de siglo fue la capital del municipio, quedando La Playa de Belén como una de sus veredas; contrario a la situación de ahora, cuando ésta se agrandó y tomó el liderazgo por su extensión y por su belleza. Se siente orgullo al expresar que en esa región nacieron nuestros ancestros.

Entre las casas que rodean al parque, por su costado oriental hay una tienda. Se nota algo surtida. Cervezas, botellas de vino, paquetes de cigarrillo acomodados con margarinas y recipientes de gaseosas, unos llenos y otros vacíos; harinapan y arroz, libras de sal y uno que otro envoltorio con diferentes condimentos, todos ellos ubicados en un armario de madera prendido a la pared. Debajo de él, más gaseosa entre sus cajas, al lado de cervezas que pararán en una nevera; también recipientes con pan y cucas que al incitar el hambre exigen la invitación de una Pony Malta para llenar la parte de aquel intestino que quedó sin saludar. Hay un bulto de pescado seco encima del mostrador. Va por la mitad. Se ve que es bueno, del mismo que traen de Ocaña y a la vez del Banco o Gamarra; pues el de La Gloria, por su sabor especial, es más rico en su elaboración guisada al estar fresco. Del seco, cuando lo preparan asado al carbón, el olor se reparte por las casas vecinas, lo que en Aspasica debe serlo para todo el pueblo. ¡Sabroso!. Hace parte de las comidas más agradables que existen en el recuerdo, época en que mi padre Gilberto lo llevaba para cualquier comida, porque era barato y porque pertenecía, resignadamente, a la carne consumida por los pobres. Actualmente está hecho para que repose en los refrigeradores de los grandes supermercados. Traído del río o del mar para los habitantes del Palacio de Nariño. Y hoy, ¿Qué comerán los del pescado antiguo?. ¡Claro y fácil!: huevo para el desayuno, con pan o arepa; huevo para el almuerzo, con arroz; para la comida huevo con viento, y si todavía quedan alientos, huevo para antes de dormir. Todo es delicia en la tienda. Y cuando ya estamos prestos a partir, una sorpresa penetra por nuestros ojos: debajo del mostrador principal hay un saco de fique repleto de aguacates.

-"¡Vea joven!", le digo al tendero, (antiguamente era un viejo el dueño de toda tienda), "¿Ese aguacate es traído de otra parte?". Y él responde:
-"¡No señor; éste es criollito, de nuestra propia cosecha!". Entonces abre una puerta para permitirnos ver, más allá de un pequeño patio, un solar; y en él, un árbol no tan grande que discrepa con el tamaño gigante de los aguacates que produce.
-"¿Cada cuánto se producen en el pueblo?", le vuelvo a preguntar.
-"¡Cada año hay cosecha, señor!", me responde.
-"¿Y a cómo vende cada uno?", le digo.
-"¡A quinientos pesos, señor!". Recuerdo que ese es el valor de una libra de azúcar en el 2005. Y al saber que por su tamaño, unido al sabor del "criollo", en Cúcuta se consigue a cuatro mil, inmediatamente le digo al joven:
-"¡Me hace el favor de venderme veinte!". Pienso, entonces, no solamente en el deleite de la pulpa, también en el gurapo, que sembrado en buena tierra y en un clima similar, al cabo de seis años empezará a servir como alimento de nuevas generaciones. Y ojalá que dentro de ellas salga un "Barriguita" que repita el nombre de Ángel Ricardo, identificado en nuestro abuelo. Salimos de la tienda y llega el tiempo para la toma de fotografías.
-"¡Señor, señor, que no me pagaron la botella de agua que se tomó el chofer!", nos dice el tendero.

La iglesia sigue siendo la misma desde la época de su construcción; esto es, pequeña, acercándose a Capilla, porque así lo es el tamaño de la feligresía. Si se atiende al concepto de "Nueva y sencilla" que sobre ella expone don Manuel Ancízar en su libro "Peregrinaciones de Alpha", se puede concluir, sin precisar, que fue levantada entre 1840 a 1850. Su altura, sumada trece veces, una encima de otra, no alcanza a igualar la de San Pedro, en el vaticano, 150 metros. Por supuesto que es atractiva. Sólo una nave. El frente está distribuido para tres torres, dos erigidas desde los vértices laterales; y la del centro con sus dos campanas, que por levantarse desde el caballete del techo, es la de mayor elevación. En su interior y a pesar del tamaño, también hay un lugar para el Coro. Las bancas llevan el mismo color de las puertas, acondicionadas para dar la sensación de antigüedad, cuestión que no armoniza con el colorido y alto relieve de los cuadros que hacen parte del Vía Crucis, verdaderas obras de arte, parecidas a los frisos de Fídias dentro del Partenón Ateniense. En el momento de nuestra presencia y los relámpagos de la cámara, no había ningún alma. Sólo el recuerdo giraba en torno al bautismo de nuestros ancestros, quienes nacieron antes del año 1900 y que, a pesar de ser personas de respeto y consideración, les tocó huir por la muerte de uno de sus miembros.

La cámara tiene rollo para todas las cosas. Para el parque, la avenida principal, la calle del colegio y en la distancia su correspondiente cañón, para las casas que rodean la plaza, para los árboles y las montañas lejanas, para las nubes y el avión que viaja a Ocaña, para unas niñas estudiantes, muy hermosas, divertidas y coquetonas, lástima que el zoom por lo incompleto no pueda captar la hermosura de sus ojos verdes. Hay tomas para todo, incluso para un soldado, espécimen de la soledad al que debemos el estímulo de un viaje que, valiendo cincuenta, nos inculcó a pagar doscientos en una esperanza militar que nunca vimos en la carretera y que, en compañía de una colegiala, le adivinamos sus tranquilidades y amoríos por los lados del parque.

La gente, en el momento, es muy escasa. Tal vez el trabajo de la agricultura les llamó a las granjas. Y es natural, pues en un caserío empujado al abandono no puede haber otra forma de labor. De lo contrario se dedicarían a montar tiendas, espejo de la inacción al que sólo se observan pasos que giran, cuando hay suficientes compras, dentro de tres metros apenas. Y si no hay ventas, el asiento viene a soportar no sólo la causa, también la consecuencia de las inhabilidades: el lumbago. Aspasica, en este asunto, se ve diferente. Con gran seguridad, las gentes están en las huertas. En todo caso, quienes quedan en el pueblo son extremadamente amables, colaboradores; y lo mejor aún, no son preguntones. Las atenciones salen de sus comportamientos, desinteresadas e incuestionables. Una niña, de las que piden permiso para salir del colegio y dirigirse a sus casas, en compañía de otras, me suplica un "¡Ay señor, sáquenos una foto!". Le contesto con el "¡Claro! ¡Párense ahí!"; y mientras la tomo, le pregunto sobre su padre. La respuesta confirma la hipótesis sobre su trabajo: "¡Está fumigando el tomate!".

En el libro del Dr. Guido Antonio Pérez Arévalo, "La Playa de Belén", extraordinario por la manera como describe amena, geográfica, histórica y políticamente a su tierra, en uno de sus apartes dedica un recuento sobre Aspasica con datos curiosos e interesantes de toda índole. Vale la pena mencionar algunos, y otros de diversas fuentes, como una forma de reconocimiento al valor histórico de la región en donde nacieron y se criaron nuestros abuelos. Conozcamos lo anciana que es:

-Su asentamiento poblacional se identifica desde el inicio de la época de la colonia mediante el dominio indígena; y éste se precisa en 1580.

-En el año de 1682 se conoce con el nombre de Santa Catalina del Calvo. Actualmente es la Santa venerada por sus habitantes.

-En 1760 cuenta, según el censo poblacional, con ochenta personas, cincuenta vecinos y treinta indios. Los vecinos son hombres mayores de veintiún años, casados; y como si esto fuera poco, les toca pagar impuestos al estado y diezmos a los curas.

-En 1794, mediante un escrito de la época virreinal comentado por don Manuel Ancízar, se le denomina como "Santa Catharina de Espacica".

-En el año de 1849, mediante la ley 64 del 24 de mayo que crea la Provincia de Ocaña, se incluye a Aspasica como uno de sus distritos parroquiales. Vale la pena mencionar las poblaciones que en tal época hicieron parte de ella: Ocaña, Río de Oro, El Carmen, Convención, Loma de Indígenas, San Antonio, Brotaré, Teorama, La Cruz (Ábrego, después), La Palma (Hacarí, después), Pueblo Nuevo, Buenavista, Los Ángeles, Loma de Corredor, Aguachica, Puerto Nacional, Simaña, San Bernardo, Badillo, Tamalameque, San Pedro y, por supuesto, el distrito parroquial de Aspasica. A nivel nacional, el país es presidido por José Hilario López, 1849-1853, de filiación radical, existente en una época de partidos extremadamente divididos. El panorama político permite observar un periodo inundado por ideologías de toda índole, que, a la postre, vinieron a dar un rumbo asfixiante dentro de la violencia que siguió al país desde los principios de su vida republicana.

-Para 1850, la población de Aspasica llega a 1317 habitantes, entre blancos y mestizos de las áreas rural y urbana. La parte urbana tiene, de acuerdo con Ancízar, un "poco más de veinte casas cubiertas de palma"; por consiguiente es en ella en donde se acentúa la mayor parte de la población. ¿Nació nuestro abuelo, Ángel Ricardo Barriga, en Aspasica y en la época en que había apenas 1317 personas?. Todavía no se precisa. Los libros de Bautismo o de otra índole lo dirán.

-Diez y siete años después, 1867, la población es de 2089 personas, rural y urbana; y entre ellas, quienes saben leer y escribir no son sino cuarenta. Para esta época no ha nacido ningún Barriga hijo, pues el padre, Ángel Ricardo, ya debe estar disfrutando las delicias de la juventud, y no se conoce en dónde está, si estudiando, si de coqueto en Aspasica o de turista en otra región de la Provincia. Mientras existan libros, es fácil averiguarlo.

-Al tenerse en cuenta que desde el año de 1866 a 1867 hubo 136 nacimientos y sólo 27 fallecimientos, se infiere que la relación de vivientes es de 109 personas en el año.

-De lo anterior se concluye que, para el año de 1878, once años después, por ser una situación progresiva debido al crecimiento constante de la población, Aspasica tendrá 2800 personas aproximadamente. Y en ellas se incluye a Honorato, el primer hijo de Ángel Ricardo Barriga, aquel personaje que de labios de la tía María y papá Gilberto brotaban los recuerdos de haber sido un hermano extremadamente bueno. En la Monografía del Dr. Guido Pérez, para el año 1870, indica 2321 habitantes, en los campos rural y urbano.

-En torno a la vivienda, el censo realizado en 1985 señala que en Aspasica hay 82 casas y un total de 346 habitantes urbanos; número que descendió en el conteo de 1993, sólo 299. Se comprenderá que la situación social de Colombia también llegó a esta tierra.

-En el año de 1857, ocho después de haber sido creada la Provincia de Ocaña, por decreto del 14 de febrero, dicha provincia fue suprimida políticamente y pasaron sus territorios a ser parte de la de Mompox, resultando, mediante la ley 15 del mismo año, excluidos varios distritos, entre ellos el de Aspasica, la cual quedó anexada al Estado Soberano de Santander. Gobierna en esta época el presidente Mariano Ospina Rodríguez, 1857-1861, de filiación conservadora y quien precisamente propicia el cambio de la Constitución Política de Colombia con organización federal para los territorios de la nación. Como suceso indeclinable en la Historia Patria: la nueva guerra civil que empieza desde el 9 de mayo de 1860, auspiciada por conservadores y radicales y auxiliada por la rebelión que en contra del gobierno dirigiera el Presidente del Cauca, Tomás Cipriano de Mosquera, como así legítimamente lo ejercía. Se proclama, al llegar a Bogotá, "Presidente Provisional de la República Federal de los Estados Unidos de Nueva Granada", y dura su mandato desde junio de 1861 hasta febrero de 1863, año en que empieza a funcionar la nueva Constitución para los colombianos, de régimen federal.

-Y en el año de 1910, por fin, mediante ley 25 del 14 de junio, al crearse el Departamento Norte de Santander con sus tres provincias, queda Aspasica dentro del mismo y políticamente con las facultades que caracterizan a cualquiera de sus municipios. En Colombia, Carlos E. Restrepo, de estilo conservador, es el presidente; lo fue desde 1910 hasta 1914.

-La felicidad de su autonomía demora poco, sólo veinte años; ya que, después de varios intentos de algunos líderes "playeros" por trasladar a su tierra la sede administrativa, mediante Ordenanza Nº 3 del 20 marzo de 1930, siendo capital, Aspasica pasó a ser corregimiento de la nueva cabecera Municipal, La Playa de Belén. Esto, por supuesto, ocasionó incomodidades en sus habitantes, lo que, con el correr del tiempo y por muchos factores, se subsanó. Presidía a Colombia el Dr. Enrique Olaya Herrera, 1930-1934, de filiación liberal, después de 52 años de dominio conservador, desde 1878, año en que precisamente nació el primer hijo de Ángel Ricardo Barriga: Honorato.

La visión anterior sobre el trayecto histórico de Colombia, sin profundidad, por supuesto; y dentro de él, el de Aspasica, permite concluir que a la pequeña población le tocó soportar, como una especie de metástasis, los coletazos políticos que se originaron desde la capital con sus correspondientes consecuencias: desde el principio, el mal trato para con los indígenas, fielmente reflejado en hechos suscitados en la región y que por su extensión no facilitan su inclusión en el presente ensayo. Enseguida, el abandono al que son sometidos los pueblos distantes de Bogotá, en todo sentido, que no lo es para los que están cercanos y son correspondidos con obras del esplendor por su condición de centros industriales. Y si la atención gubernamental hace parte del olvido, en cambio no lo es la violencia, que gestada en regiones lejanas por preceptos políticos, asimismo extiende su garra sobre las aldeas perdidas, entre las cuales Aspasica ha sufrido la inclemencia del dolor. ¿Cómo llegó el mal al apellido Barriga?. ¡También por la intimidación!. Y ella tenía la forma del recuerdo de la Tía María y del de mi padre Gilberto, así como también de las añoranzas sobre "historias" ancestrales que actualmente hacen quienes son familiares o amigos íntimos que pasan de los setenta calendarios.

UNA ALEGRÍA MÁS UNA DECEPCIÓN, PUEDEN SER DOS SATISFACCIONES

El conductor ya tiene hambre. Y tiene razón, pues son las dos de la tarde. Desde la distancia nos señala con su índice, el estómago, recipiente que en el desayuno sólo fue ocupado con sustancias blancas, las de la "imbombera". Hubo un momento anterior en que se perdió por espacio de una hora, la que incluyó la toma de fotografías. En el regreso nos llevó a la residencia de alguien a quien trata como "primo" en su cordialidad y dentro de la conversación. Se llama Antonio Castilla, una persona que por su amabilidad y decencia puede eternizarnos el concepto que sobre "gentes buenas" estamos adquiriendo de los habitantes de Aspasica. Su casa está ubicada en una esquina de la calle que limita por el costado izquierdo de la iglesia. Debe haber un bello solar en su parte posterior. No nos atiende en la sala. Mejor. Lo hace en la tienda suya, en el vértice externo de la misma casa, donde hay un refrigerador con cerveza, espécimen de la frescura con la que se permite prolongar el ansia del almuerzo por lo menos media hora más. Se alegra con nuestra presencia; y más se emociona cuando identifica el nacimiento de nuestros ancestros en la tierra que a él también le dio la vida.

Para una población tan pequeña, no es raro que existan pocas tiendas. Ese día sólo contabilicé cuatro. Una situada al margen derecho de la vía que entra al caserío; otra, la de los aguacates; otra, la del lado izquierdo de la calle principal, media cuadra antes del parque y en la cual ofrecen de igual forma, a la manera de restaurante, deliciosos almuerzos; y como última, la de don Antonio Castilla, que por ser la más surtida, facilita adivinar que él es el más rico de la población. Y si no lo es; al menos lo es en atenciones, pues, no nos cobra las dos cervezas y la cuca, que por lo tostada y grande, parece que fuera elaborada en algún horno de la localidad.

-"¡Estoy para servirles a Ustedes!", nos dice don Antonio, después de sugerirle su colaboración en la búsqueda de un seminarista que cuida los implementos de la iglesia, donde vamos a investigar datos sobre nuestros abuelos.
-"¿Y por qué no dejamos eso para después, no ven que ya "el buche" me lo está implorando?. Esto, por supuesto, lo expresa el conductor. Y como él es quien conduce, le aceptamos. La compañía también es agradable con la presencia del señor Castilla, quien trae y nos muestra, mientras esperamos el almuerzo, una revista sobre Aspasica, escrita por personas pertenecientes al clero y... "¡Por mí no se preocupen que ya yo almorcé!", nos dice finalmente.

Es un joven quien nos trae los alimentos. Primero una sopa algo caliente. La hora ya pasada no da para que venga hirviendo. En todo caso aparenta estar buena. Buena no; excelente. Es de arveja; y de la verde, de aquella con que tradicionalmente se prepara uno de los platos típicos en todos los hogares de la provincia. Como la papa es cara y escasa en los contornos, la sopa se apacienta entre un hueso salado que al sobresalir, supone ser la figura de una montaña con nieve, pues parece que descargaron también, con sus yemas, algunas claras de huevo. Al notar que es de "alverja", como asimismo se le nombra a este grano en la región ocañera, al conductor le da por decir:
-"¡Esta es la sopa predilecta mía, aunque después tenga que perforar el asiento con explosiones. Menos mal que en el regreso a Ocaña, con el polvero se disimularán!". Y empieza a sorber, después de haber soltado una carcajada.

La espera para la otra bandeja, la del seco, al que también en la provincia denominan "verdura", se prolonga angustiosamente. Ya hace mucho tiempo que el chofer dejó limpio su plato. Y no es la paciencia una de sus virtudes cuando se trata del hambre; de manera que se levanta y al dirigirse a la cocina nos dice que ya él pronto viene. Efectivamente, el regreso se realiza ligero y con la forma de una ansiedad dibujada en su cara.

-"¡Cómo les parece que por haber llegado tarde, no quedaron sino dos presitas de pollo; y esas, me supongo, que han de ser para ustedes!". Supone bien, pues, en el momento de ser servida, el mesero las coloca en nuestros lados, dejando para él, una bandeja en donde todo es blanco: Arroz, yuca, bollo, una tajadura de queso y una pasta con clara de huevo que indica un naufragio en el que la yema se desapareció entre las delicias de la sopa consumida.
-"¿Otra vez, hola?, ahora si voy derechito a la imbombera. ¿No tienen por ahí una rebanadita de maduro como pa´ disimular?, pregunta. Pero la respuesta no se hace esperar ya que una de nuestras bandejas se pasó volando para la mesa en donde él se lamenta.
-"¡Ay hombre, no es para tanto!", exclama. La verdad está en que la cuca alcanzó a deshacer arrugas en las paredes del estómago; de manera que el conductor, en esta ocasión tendrá como remedio para su palidez, una débil presa de pollo. Presa no; átomo de pollo. ¡Tan pequeña es!. El mesero regresa nuevamente; en esta ocasión trae sobre una bandeja tres vasos repletos de naranjada, la que, al probar, nos permite concluir que sólo una naranja visitó la pimpina con agua y azúcar. Y el conductor, quien pudiera ser un gran abogado por sus reiteradas defensas, es el primero en protestar:
-"¡Ajo, échenle al agua aunque sea un poquito de cebolla, pa´ que sepa a algo!".

La pereza posterior a un almuerzo de tres mil nos conduce a un descanso para tres, de tres minutos y precisamente a las tres de la tarde. Es hora de visitar la iglesia, específicamente al sector considerado como lo que pudiera ser vivienda del párroco, a la derecha de la misma. El seminarista, ya encontrado por el amigo Castilla, parece ser de Aspasica, no sólo por poseer el apellido que en algo abunda, "León", también por su alto grado de amabilidad. Sobre éste apellido, hay algo interesante a considerarse posteriormente. Ante una pregunta relacionada con las denominaciones más frecuentes de la localidad, el religioso nos responde que hay Castilla, Pérez, Trigos, Ortiz y León, aspecto que nos lleva a hacerle la pregunta clave:

-¿Y el apellido Barriga no existe?"
-"¡No señor!. ¡Qué apellido tan raro!", es su respuesta. Y tiene razón; por las informaciones de nuestros padres, escasamente logramos entender que desapareció de Aspasica desde el momento en que, al matar a uno de sus hermanos, se ocasionó lamentablemente la correspondiente trashumancia. Y eso parece que sucedió al finalizar el año 1900, después de haber nacido el último hijo del abuelo Ángel Ricardo, llamado Gilberto, mi "inolvidable viejo".

La oficina es pequeña. Posee un escritorio con una máquina de escribir de la época en que empezó a gobernar Olaya Herrera, en 1930; pues, según se entiende, fue lo único que quedó en seguida del traslado de la sede a la nueva Cabecera Municipal, La Playa de Belén. Al frente y sobre una silla hay una guitarra con apenas cinco cuerdas. Le falta la prima. Su dueño no ha aprendido a ejecutarla; ya que sobre el brazo, al menos en los primeros diapasones, no hay huellas de los dedos al actuar con presión en los constantes digitares. Al lado izquierdo hay un armario metálico en donde reposan alrededor de quince libros, unos gruesos, otros delgados. Sobre una de sus láminas, la segunda de arriba abajo, hay una frase escrita con excelente caligrafía, parece que es el recuerdo del último sacerdote, cuando existía administración parroquial: "Doña Paulina me debe los diezmos. Las Primicias ya me las pagó". Enseguida de las observaciones, ahora sí, el favor, relacionado con uno de los motivos que justificaron la venida y conocidos con antelación por el seminarista:

-"¿Podría usted facilitarnos algunos libros para investigar datos sobre nuestros ancestros?. Y la respuesta es decepcionante.
-"¡Uf!. Lo lamento mucho, dichos libros fueron ubicados, unos en Ocaña, y son los que contienen datos del año 1900 hacia atrás; y otros, en la capital, La Playa!". Esto no lo sabíamos; y lo vinimos a descubrir después de haber leído la obra del Dr. Guido Pérez, específicamente lo asociado con la fecha del traslado de los mamotretos que hacían parte del "Archivo Municipal", lo cual sucedió el primero de mayo de 1929, según se descubre en la página 201. Hacía setenta y seis años...y nosotros hasta ahora... ¡Qué brutos!.

De todas las cosas comentadas por mi padre Gilberto y por la tía María, fáciles para aprender pero no para profundizar, se logra determinar que ellos tenían muchos hermanos. Unos del primero y otros del segundo matrimonio, pues el abuelo Ángel Ricardo, también nos lo expresaron, se casó dos veces. Honorato, Verardo y Ricaurte, fueron descendientes de la primera unión. Llevaban, por consiguiente, el apellido Barriga; pero el segundo, lo desconocíamos totalmente, incluso hasta el nombre de la madre, "Liboria", venido a encontrar en forma completa, algo después, al visitar y escudriñar los libros parroquiales de Ábrego. De las segundas nupcias nacieron María, Eugenio, Sixto, Gilberto, Campo Elías y José del Carmen, comúnmente denominado como "Carmen", situación que nos hacía creer sobre la existencia de dos mujeres en el hogar. El nombre de la madre, en este segundo matrimonio, era Telésfora, de apellido Pérez, y tampoco se conocían datos que ilustraran su paso por la vida, pues mi Papá Gilberto, el personaje más cercano a nuestro corazón, poseía y con razón, imágenes muy diluidas en torno a su existencia. Distinguidos, pues, los nombres de nuestros inmediatos ancestros, sabíamos de igual manera el del abuelo y una abuela, pero se perdía el nombre y apellido de la otra abuelita. No conocíamos más allá de ellos; y saberlo y recordarlo en el presente ensayo era un objetivo de segundo orden pero de singular importancia que el primero, ya que con ello se hacía posible determinar si Gabriel María Barriga, quien trajo por la vía de Jamaica las primeras semillas del café al Norte de Santander, y por consiguiente a Colombia, formaba parte del eslabón constituido por la misma sangre. Así mismo lo relacionado con el General Barriga, del regimiento de Bolívar, personaje nombrado con orgullosas pronunciaciones y que nosotros lamentablemente no intentamos ahondar.

En la iglesia de Aspasica quisimos investigar los textos correspondientes a "Partidas de Bautismo", "Actas Matrimoniales" y "Actas de Defunción". Sobre las primeras, es conveniente indicar que en Colombia, a partir del 14 de Junio de 1938, dejaron de ser requisito indispensable para documentaciones legales, pues el Registro Civil de Nacimiento, válido, es el conservado y expedido en la actualidad por las Notarías Municipales. En torno a los libros a encontrar en el pueblito, se comprenderá que en ellos debe existir información sobre nuestros ancestros; esto, en la condición de haber nacido, o haber contraído nupcias, o haber fallecido en dicho lugar. De lo contrario, nuestro trabajo se trasladaría a Ocaña, Ábrego, La Playa de Belén, Convención, Valledupar y Cáchira, lugares donde el apellido Barriga, aunque no suficientemente, en algo proliferó con sus descendencias. Entonces llegó la decepción. Y de boca de un seminarista que cuida las pertenencias clericales y organiza para los domingos la misa oficiada por un sacerdote nómada. Después vino el milagro, causa de una alegría prorrumpida desde el fondo del alma. Alegría que unida a la decepción pudo ocasionar, así mismo dos satisfacciones. Una, el haber visitado el pueblito donde nacieron ellos. Y dos, el haber encontrado una información de carácter matrimonial que originara investigaciones posteriores en algunos pueblos de la Provincia, donde los Barriga vivieron.

La alegría tenía la forma de un libro marrón y viejo, colocado en medio de los quince textos que reposaban en el mueble metálico. Resplandecía con su color entre los demás, empastados con las tonalidades, representaciones y mensajes de prospectos antiguos. La mano, como impulsada por un movimiento involuntario, se levantó y sin pedir permiso, prendió la manija de la ventanilla para trasladarla sobre un carril hacia una apertura que facilitara una mejor contemplación. Enseguida agarró el libro, el que salió con facilidad, impulsado, no por la atracción de los dedos, y sí por una fuerza que brotaba desde el fondo de sus escritos con voces de recuerdos almacenados desde hacía más de "Cien años de soledad". Como por encanto, era el único de su especie, pues los demás estaban soportando en la curia de Ocaña las chocheras de miles y miles de textos, escritos desde los orígenes eclesiásticos de los pueblos de la provincia. En su portada contenía los siguientes datos: "LIBRO 2 ACTAS MATRIMONIALES". Años 1890 a 1913". Su hallazgo convirtió el pesimismo en un optimismo radiante que impulsó su manipulación tierna, delicada por tratarse, para nosotros, de un tesoro, cuya lectura empezamos a realizar hoja por hoja, primero lenta, luego rápidamente, como queriendo encontrar un Barriga que pidiera a gritos el por favor se le leyera. Y ello sucedió intempestivamente, pues en el FOLIO 54, centro de la página, apareció el milagro:

"En la iglesia parroquial de Santa Catalina de Aspasica, a los 13 días del mes de octubre del año del Señor de 1895, el ilustrísimo Sr. Don Rafael Celedón presenció el matrimonio que contrajo Ángel Ricardo Barriga con Telésfora Pérez, les dispensó las tres moniciones canónigas prevenidas por el santo Concilio de Trento. Reconocieron como hijos legítimos a Carmen, Eugenio, Sixto, María Gracia y Campo Elías Barriga. Son testigos, José Dolores Castilla y Guillermo Gerardino.
Pastor Arévalo". (Sic)

Qué emoción tan grande, espectáculo de la sublimación engendrado en nuestras almas por unas humildes palabras que expresaban un hecho de esta historia, el primero en la investigación, sonorizado en el momento por fuertes exclamaciones. Lo leíamos mentalmente, lo releíamos en voz alta, lo comentábamos entre algunas dubitaciones que, al dejarse vencer por la realidad de los nombres, permitían poner a flote las afirmaciones. Sí, eran ellos. No había ninguna duda. Nuestros tíos y nuestros abuelos con sus respectivas denominaciones y apellidos. Era el único dato sobre el primer Barriga en el libro del prodigio, unido a los nombres de sus hijos, los del segundo matrimonio. Saber la fecha de 1895 se consolidó en una inmensa alegría, similar a aquella sonrisa que apareció en nuestros rostros al identificar que antes de casarse, ya habían tenido cinco hijos, cosas de la época y de las dificultades socio-parroquiales; faltando Gilberto, mi padre, quien por nacer en 1898, según una "Partida de Bautismo" que poseemos, cerró la capacidad de procreación del inolvidable abuelo, Ángel Ricardo.

Vino, después, otra sección de toma de fotografías. La cámara, vieja pero buena, poseía espacio para cuatro retratos, los últimos del rollo final. No obstante lo eficiente, la capacidad del zoom en la máquina no era tan confiable. Se requería de otro más largo y más potente para tomar la muestra de la página que nos interesaba y que manipulábamos. Contando con la suerte, la captamos una a una y en diferentes claridades. Dos en la sombra, afuera y bajo un árbol, lejanos del sol que hacía hervir el cemento de la calle. Las otras dos en plena luminosidad. Hubo fracaso en tres; como también, suerte en una, aunque no tan perfecta. Y es la que va a quedar en el presente ensayo; porque volver a Aspasica, bueno, eso sería muy agradable, pero, ¿Con ese "polvero"?.

Quedaba, por consiguiente, la misión de averiguar en libros de Ocaña, Ábrego, La Playa, Convención, etc. lo relacionado con el primer matrimonio, cuyos hijos fueron, Ricaurte, Verardo y Honorato, nombre éste al que, según parece, recaía la mayor edad y el derecho, según costumbre de la época, de desempeñar poderes paternales como el de tomar las riendas de los negocios y el de "dar rejo" a los hermanos menores si existían comportamientos insociables. "Honorato", calificativo al que la "Tía María" y mi padre Gilberto recordaban con la más entrañable de sus emociones. Y éstas también están inmersas en nuestras almas, e impulsan a investigar por la razón de sentir aquella gratitud que al conservar sus memorias, resalte sus bondades en una eternidad de reconocimientos.

A las cuatro salimos de Aspasica. Llegamos a Ocaña hora y media después; enseguida de haber visitado a la viejita de apellido Barriga que vive en La Playa. Y era tanto el polvo, peor que el de la mañana por haber quemado en sus partículas las lenguas del sol; polvo no era, era una masa adherida a la piel que para poderla disolver hubo necesidad de una lámina de lija y dos pastas de jabón. En el piso quedó el lodo que posteriormente se fue y encegueció el sifón; y en el espíritu nuestro, el recuerdo de un día que nos llenó amablemente con dos satisfacciones: visitar al pueblito y encontrar la tan agraciada Partida de Matrimonio.

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